viernes, 23 de febrero de 2018

C'EST LA VIE



Hay personas que quieren ser ingenieros. Otros viajar, tener muchas parejas o conseguir mucho dinero. Pues bien yo, quería suicidarme. Desde bien chiquito.
Ya de mayor la vida me seguía aburriendo supinamente. Estaba harto de levantarme todos los días de lunes a viernes a la misma hora de la madrugada. Ver en el trabajo, que no me motivaba nada, las mismas caras de insatisfacción, aburrimiento, hipocresía y hastío. Porque sí, había mal rollo en el lugar en que, por convenio, tenía que pasar cuarenta horas semanales. Cuarenta horas con sus dos mil cuatrocientos minutos, con sus ciento cuarenta y cuatro mil segundos; ¡que se dice muy pronto! La otra opción, abstenerme de trabajar, objetar de mi trabajo, ni me la planteaba porque por lo menos podía asumir lo que esta sociedad de consumo, sin firmar, te obliga a aceptar: sus reglas de juego.   
Yo creo que la vocación suicida me viene estando ya en el vientre materno, mientras nadaba en el poco espacio que quedaba en su líquido amniótico. Ya mi madre intentó quitarse de en medio cuando yo oficiaba de okupa en su cuerpo. Tuvo el antojo de rajarse las venas mientras se acariciaba la barriga tomando un plácido baño con sales minerales en la bañera de su casa. Pero claro no lo consiguió y mira el resultado. Y no me olvido de la otra parte que contribuyó a que yo me arrastre vitalmente como un gusano por esta ínfima zona del Universo: mi padre, mi hacedor, el que fue mi guía espiritual hasta que me pude independizar intelectualmente de él cuando comencé a leer por mi cuenta. Pues sí, también quiso poner un punto y final a su vida; él con pastillas y alcohol, y tampoco lo logró. ¡Menuda familia de taraos!, pensará la vecindad.
El miércoles dice el periódico que hay luna llena. Temo las noches de luna llena porque está constatado, que en esos días, la prevalencia en el índice de suicidios aumenta considerablemente, así que esas noches me pongo ropa deportiva, cojo mi libreta de anotar voluntades y escribo: “del faro rojo al faro verde. Del faro verde al faro rojo. ¡He abierto la madrugada, caminando de faro a faro!” Es una forma como otra cualquiera de conjurar mi tendencia, a lo que estoy abocado por simple genética, de obligarme a realizar y terminar esa ruta cartagenera si antes lo he escrito negro sobre blanco. Porque uno no puede luchar contra los elementos, es imposible y además agota inútilmente y yo, tiendo a lo que tiendo. De eso no hay duda. Pero me resisto, lucho cual gato panza arriba ya que ¿sabéis lo que pasa?, pues que en el fondo, ¡qué coño!, a mi edad, me he acostumbrado ya a la vida. A mi vida.

 Resultado de imagen de la vida

 

BASI JORQUERA     29-I-2018

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